La histórica victoria de Emmanuel Macron no aleja los fantasmas del populismo, si acaso los exorciza temporalmente, pero nos sirve de espejo y camino para quienes amamos Europa, venimos sin mochilas, queremos coser y somos liberales y centristas. Soy un defensor convencido de los Estados Unidos de Europa. Y gestas como las de E.M. (sus siglas coinciden con las de su partido, ‘En Marche’) son oxígeno en mitad de la dura travesía.
Europa no ha ganado ninguna guerra (si acaso, una batalla) con la victoria de este jovencísimo candidato. Pero tiene la inmensa oportunidad de ver, con políticas palpables, los efectos del golpe de timón sensato que ha decidido dar la sociedad francesa, que se debate entre los muchos que se ven excluidos del sistema y los otros tantos que se aferran a él. Es la oportunidad de esa tercera vía, sin aspavientos, sin circos, seria, valiente, sin soluciones mágicas, sin forzadas caras de enfado. Es la oportunidad para abandonar las políticas de los viejos partidos, el excesivo proteccionismo por parte del Estado y afrontar los difíciles retos de los actuales tiempos convulsos con ideas progresistas, muy basadas en la siembra, en la educación, en las luces largas, en la creación de un caldo de cultivo propicio para la innovación, el empleo y la riqueza…
Más allá de lo ideológico, Macron representa la gesta de una generación en la que me incluyo a mí y a Ciudadanos y, evidentemente, a nuestro presidente, Albert Rivera. Es hora de apostar por la línea recta, frente al inmovilismo de los conservadores y a lo conservador de la izquierda, que quiere que nada cambie para seguir alimentándose del monstruo del enfado colectivo
La réplica, en Málaga
En Málaga tenemos la réplica clara de este ejemplo. Con nuestro acuerdo de investidura, tratamos de aportar el pragmatismo y las ideas claras a un PP lastrado por sus dudas permanentes y complejos. Y todo frente a una izquierda que en la Casona es especialmente conservadora. Sí, desenfundan el ‘no’ a toda velocidad ante cualquier política que pueda suponer progreso e inversión para la ciudad. Ahí está su oposición frontal al hotel del puerto y otros proyectos como los de La Térmica o Rojas Santa Tecla; su hostigamiento permanente a la hostelería; la permanente obsesión de querer someterlo todo a consulta pública…
Podría seguir poniendo ejemplos, pero uno que alcanza casi la categoría de paradigma es el de Limasa. Estamos prorrogando un contrato que hace 16 años que se sabe que termina. Es un contrato caro y malo, con lo peor del modelo público y lo peor de lo privado. El lastre de las decisiones políticas, tomadas por el alcalde en lo que a inversiones y personal respecta, es insoportable. Queda claro que el control público ha fallado. Pues bien, el PP y el alcalde no tienen otra cosa mejor que hacer que jugar a intentar contentar a todo el mundo, algo que en política no es posible. Han amagado con hacer la empresa pública, de hecho, y ahora no saben cómo salir del laberinto en el que ellos mismos se han metido. Porque hablar de privatizar o externalizar le produce cierto pánico al PP. En frente, la izquierda, cuya única y sola propuesta es incorporar a los 1.500 trabajadores de Limasa a la plantilla municipal. Con el único, falaz e insuficiente argumento de que sería un ahorro. ¿Y qué propone Ciudadanos? Externalizar, dividir en lotes y servicios, crear competencia, establecer pliegos duros para restar de las certificaciones si hay incumplimientos y blindarse ante ellos…
El cambio generacional y las políticas de las que hablo son también pedir avales, velar por el interés general de la ciudad, generar derechos y obligaciones a los inversores. En eso consiste la seguridad jurídica, que debe ser entendida en las dos direcciones. Frente al PP, que regala y no pide garantías (luego perdemos 7 millones con el Museo de las Gemas por un canon que se nos adeuda) y no blinda el interés de la ciudad y a una izquierda que demoniza al inversor, surge nuestra actitud. Y ésta no es otra que: alfombra roja para el que quiera invertir y cumpla con Málaga. De la maraña normativa con la que castigamos a los inversores en España y especialmente en Andalucía hablamos otro día.
Málaga también precisa de ese cambio generacional sin sobresaltos, ajeno al devastador populismo, con la teoría de que un Ayuntamiento es un castillo de naipes y hay que tocar las cartas con equilibrio y sentido común. Seguramente hay muchas, muchísimas, cartas por cambiar. Pero no hay otras muchas que no. No todo lo que hay es por definición malo
Artículo publicado por Juan Cassá en Málaga Actualidad, el martes 9 de mayo de 2017